Navegando por internet hace unos días descubrí un texto que me resultó muy interesante en torno a la «autenticidad» o no en nuestros viajes. No pocas veces me han surgido dudas sobre nuestra legitimidad a la hora de, gastándonos un pastón, ir a visitar y machacar a fotos a comunidades, minorías étnicas o grupos tribales en nuestros viajes de aventura. Evidentemente el tipo de viaje, el respeto del viajero o nuestra motivación personal son factores que influyen para hacer un juicio acertado sobre este tema.
Cuando estuve en Laos y fuimos a aldeas Akha mi experiencia fue muy buena pero más adelante conocimos a otros viajeros que, habiendo realizado casualmente la misma excursión de trekking de tres días por la selva, nos comentaban su desencanto. Esgrimían que los locales no les hacían caso ni interactuaron con ellos. Mi opinión se acercaba a la de ellos aunque por ese mismo motivo, el «pasotismo» de la gente local, consideré aún más interesante y «auténtica» la experiencia. Hay tantos gustos como personas o, en este caso, turistas.
Creo que acercarse con humildad y respeto a lo desconocido (visitado) sin esperar nada a cambio es una buena actitud en nuestros viajes.
Os dejo con el texto:
¿El turismo es una “enajenación alienante que erosiona la autenticidad de las culturas indígenas o es una oportunidad de negocio para los nativos que deciden “libremente” qué mostrar y qué no a los turistas?
Para contestar esta pregunta, es necesario adscribir el fenómeno del turismo en un contexto capitalista hegemónico que hace circular capitales, sujetos y mercancías a escala internacional. Esto produce inversiones especulativas, movilidades sociales, circulación de objetos y significaciones culturales que se ponen a jugar en el turismo. Este fenómeno resulta de por sí complejo, sobretodo si se considera la industria cultural como mediadora en la relación entre turistas y nativos.
En el análisis del turismo no se puede dejar por fuera a la industria cultural que opera desde una lógica de mercado promocionando los destinos turísticos a través de determinados estereotipos culturales y mitos acerca de lugares a los que se suele privar de sus contextos históricos, políticos y económicos. Sin embargo, esta operación no sólo proviene de los medios masivos de comunicación, guías, operadores y revistas turísticas sino que son legitimados por los propios actores locales que encuentran en esos mitos y estereotipos oportunidades de negocio y, a veces, de subsistencia. Por otro lado, el turista también reconoce que no se encuentra ante una experiencia social “auténtica “ sino ante un escenario turístico.
Ahora bien, que acordemos que tanto turistas y nativos sean sujetos reflexivos capaces de pensar sobre sus condiciones materiales de existencia no quiere decir que no se profundice sobre el turismo y que los rasgos diacríticos de los grupos étnicos no se encuentren en relación con ciertas representaciones sociales hegemónicas de la estructura social.
En este sentido, hablar de la “autenticidad” y “falsedad” como categorías ontológicas no enriquece la discusión. Más bien, resulta interesante abordar la “autenticidad” como algo que se define en la relación entre grupos étnicos, una puesta en escena de grupos sociales que se reconocen diferentes y despliegan tácticas y estrategias para interaccionar en función de intereses particulares en el marco de determinadas relaciones de poder. Por lo que la autenticidad es constituida por las re-presentaciones que comparten y negocian tanto turistas, nativos como la industria cultural.
En el caso del turismo, lo “auténtico” se convierte en un valor de cambio, una mercancía dentro de un mercado global que fosiliza las representaciones y prácticas de los propios grupos. En la relación desigual que se establece entre turistas y nativos, los indígenas son tenidos en cuenta en tanto sean “auténticos”; y que esa “autenticidad” concuerde con lo que es esperado de ellos.
Por otro lado, los habitantes de los países visitados, en su diversidad cultural al interior de sus comunidades -ya sea por los procesos históricos en que se encuentran inmersos y las relaciones sociales que mantienen- construyen discursos sobre su “autenticidad”, lo que les otorga legitimidad dentro del campo turístico.
Excluidos, discriminados y perseguidos históricamente, ven en el turismo posibilidades de subsistencia, de negocio y de inclusión que no encuentran en el Estado. Resulta interesante comprender cómo los grupos indígenas producen sus propias tácticas para adaptarse a las formas y mercados que estimula el capitalismo hegemónico y hacerse de un espacio en el campo turístico.
Así, el turismo étnico puede entenderse como un mercado, desigualmente constituido, donde convive una demanda y una oferta en la cual se dinamizan relaciones interculturales y se ponen en juego imaginarios y representaciones sociales sobre lo “indígena”, lo “auténtico” y lo “turistificable”. Estos imaginarios y representaciones se construyen también, como se dijo, por la industria cultural que permanentemente construye símbolos y significaciones sobre el mundo tomando la palabra del Otro y contribuyendo a la simplificación de un mundo complejo. Este mecanismo comercial exalta determinados iconos distinguibles, exotizándolos y volviéndolos fáciles de mercantilizar.
En este sentido, el discurso hegemónico sobre el “multiculturalismo” parecería una nueva forma de consensuar un tipo de discriminación por la positiva: “la sociedad global acepta a los grupos minoritarios en la medida en que se contenten con ser imágenes “auténticas” de sí mismo….” (Mc Cannell: 1998, 226).
- Texto de Natalia Delfino. Expuesto en Congreso sobre Turismo y Cultura. Organizado Por NAyA y la Fundación Pasos.